En octubre de 2017 se rompió el silencio cómplice que durante décadas había permitido a cientos de agresores perpetrar sus ataques con total impunidad tras las bambalinas de la reluciente industria hollywoodense. Después de que las acusaciones a Harvey Weinstein vieran la luz en The New York Times y The New Yorker, el hashtag #MeToo comenzó a compartirse masivamente en Twitter. Millones de mujeres lo usaron para relatar traumáticas experiencias de abusos, agresiones y humillaciones machistas y durante algunas semanas el mundo que conocíamos pareció venirse abajo.
Muchos testimonios silenciados durante años vieron la luz, algunos de ellos trascendieron; muy pocos lograron justicia. Lo que prometía ser un grito global coordinado para cambiar la manera en la que las cosas se venían haciendo se diluyó hasta convertirse en un susurro fácil de ignorar. Cinco años después del #MeToo, en el mes de diciembre, llegaba a los cines la fabulosa adaptación de Maria Schrader del libro escrito por las periodistas Jodi Kantor y Megan Twohey sobre su investigación para destapar las acusaciones a Weinstein. La película She Said (Al descubierto en España) vino a recordarnos que lo que sucedió en 2017 fue un acontecimiento de enorme importancia para la historia y para las mujeres, pero también que siempre ganan los mismos.
El patriarcado contraataca
La avidez por desacreditar al movimiento surgido en las redes, y todas sus posibles ramificaciones, ha ido creciendo a medida que se reducía la tolerancia de las mujeres hacia los abusos de poder. La cruzada de algunos barones de la industria por mantener su privilegio ha sido ciertamente reveladora. Aunque muchos otros ni siquiera se han visto amenazados. Por desgracia, el mundo no ha cambiado, al menos no sustancialmente.
El largometraje de Schrader muestra una perspectiva realista de lo acontecido y ofrece una épica sensata y afectuosa, más centrada en lo material que en lo legendario. Aún así, todo lo que está presente en esa ficción sobre el pasado evoca lo que está ausente de su realidad cinco años más tarde. El mundo actual está plagado de defensores de lo indefendible. De misóginos arrogantes ansiosos por ovacionar a falsos héroes cuyo único mérito es su desprecio público hacia las mujeres.

El mediático caso Depp vs. Heard es una magnífica muestra del éxito del blindaje de una industria que se resiste con uñas y dientes a ceder el privilegio de su inmunidad. En noviembre de 2020, un tribunal de Londres consideró probadas 12 de las 14 acusaciones por violencia de género atestiguadas por Amber Heard durante un procedimiento por difamación en el que Johnny Depp recibió una sentencia condenatoria. El primer caso mencionado, también por difamación, corresponde, sin embargo, a una denuncia presentada posteriormente por Depp contra Heard en Estados Unidos y fallada por un jurado popular. Durante una de las sesiones, el actor admitió haber “bromeado” en un mensaje de texto acerca de matar, quemar y violar el cadáver de Heard.
A pesar de lo anterior, el proceso judicial se presentó públicamente como una batalla por la verdad. Depp fue tratado de forma amable por los medios, que a menudo justificaban su comportamiento y lo presentaban como un tipo simpático y cercano, mientras Heard recibía ataques constantes y era tachada de mentirosa y manipuladora. Finalmente, ambos fueron condenados, pero un fallo más favorable a Depp que a Heard fue tomado por las masas sedientas de sangre como la prueba definitiva del fracaso del #MeToo. Como si una sentencia por difamación pudiera quitar una pizca de legitimidad a un movimiento que persigue el fin de la violencia contra las mujeres.
El #MeToo y lo que hay detrás de la impunidad de Hollywood
Se ve que la gente lo ha entendido mal. Esto no va de que todos los hombres sean malos o todas las mujeres sean buenas, sino de poner en cuestión el sistema de valores que sostiene y perpetúa un modelo de sociedad que normaliza la violencia machista y menosprecia a las mujeres. Un sistema que permite que las agresiones tengan lugar bajo la atenta mirada de observadores pasivos que no se sienten en la obligación de actuar ante semejantes injusticias. Un sistema donde se normalizan los abusos y se les niegan a las mujeres y niñas las herramientas que precisan para identificar estas situaciones. En el que no se han desarrollado protocolos efectivos de prevención, pero se cuestiona de inmediato la palabra de las víctimas. Un sistema, en fin, que abandona a las mujeres ante el peligro y que las castiga cuando deciden contar lo sucedido. Que no deja de recordarles cuál es su sitio.
Es precisamente ese sistema el que no ha sufrido cambios y es ahí donde está la mayor parte del problema. En que, más allá de que Weinstein haya sido encarcelado, todos aquellos que presenciaron y permitieron sus conductas siguen exactamente donde estaban. Muchos de los hombres que hoy continúan ganando premios han sido cómplices de los abusos durante años, otros son ellos mismos agresores que nunca han dejado de amedrentar a sus víctimas con su privilegio y visibilidad. La construcción social del poder es lo suficientemente sólida como para que la caída de unos cuantos peces gordos no desestabilice su estructura. Algo que el movimiento #MeToo no ha conseguido cambiar.
La sociedad encarcela a los Weinstein mientras todo aquello que les permitía haber hecho lo que hicieron sigue exactamente igual. Entretanto, las mujeres continuamos luchando solas para evitar que se siga asumiendo que el bienestar de los varones debe estar por encima de nuestra seguridad.