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Atención: esta entrada contiene referencias directas a situaciones potencialmente traumáticas.

La adaptación cinematográfica homónima del libro Ellas hablan, de Miriam Toews, escrita y dirigida por Sarah Polley, constituye una inteligente y minuciosa radiografía del origen, el funcionamiento y las consecuencias de la dominación machista en una de sus formas más crudas: la violencia sexual. Su historia se produce entre los márgenes del aislamiento de un asentamiento religioso ortodoxo. En él, niñas y mujeres son sistemáticamente drogadas y violadas brutalmente por los hombres de su comunidad mientras les hacen creer que se trata de la obra del demonio. Hasta que un día, descubren la verdad.

Privadas de derechos, educación y medios, deberán afrontar la trascendental disyuntiva de quedarse -y luchar- o huir. Para ello, sopesarán con cautela todas sus opciones en un cónclave femenino durante el cual tendrán que hacerle frente a su insoportable verdad.

Las innumerables huellas de la violencia en Ellas hablan

Con un elenco de lujo, entre el que se encuentran Rooney Mara, Claire Foy, Jessie Buckley o Frances McDormand, el guion va narrando con esmero las heridas, físicas y emocionales, de la violencia. El dolor, la culpa, la tristeza, la ira, el odio, el resentimiento, la compasión y el miedo forman parte de las marcas que deja la violencia sexual. También las lesiones, los ataques de pánico, las infecciones, los embarazos no deseados e, incluso, la muerte. Aquellas que no pueden soportar el horror de la violencia sobre sus cuerpos y su mentes ponen fin a su agonía quitándose la vida; saben bien que la persona que fueron no volverá. Otras se esconden tras el silencio y encuentran consuelo en pretender dejar atrás aquello que las condenó a su brutal destino. Y eso también tiene que ver con la violencia, aunque la ficción permita otro tipo de licencias.

Pero Ellas hablan ofrece momentos de tregua. Polley reserva espacio para el error, la risa, la complicidad, el apoyo y la sororidad. Las mujeres se juzgan, se acusan, se interpelan; pero tienen capacidad para el perdón, para el cariño, para el respeto. Las de mayor edad son honradas por su sabiduría y las más jóvenes también pueden expresar su opinión. Regidas por unas normas diseñadas e impuestas por hombres y privadas de cualquier enseñanza formal, no poseen las herramientas intelectuales para comprender en profundidad el alcance de lo que les han hecho. Sin embargo, conocen lo que sienten y son perfectamente capaces de deliberar.

Ellas hablan

Cuando marcharse es la única salida

El guion de Ellas hablan reflexiona acerca de los mecanismos de la violencia de una manera clara y didáctica, que permite comprender fácilmente la realidad a la que están sometidas las mujeres de la comunidad y trasladar sus conclusiones al conjunto de la sociedad. También sobre las herramientas necesarias para revertir la dominación patriarcal. Por momentos, la película es una celebración de la esperanza, aunque no abandona su discurso realista en cuanto a las reducidas opciones de las mujeres frente a este tipo de violencia. No profundiza, no obstante, más allá de tener lugar en una comunidad ortodoxa, en los vínculos existentes entre la religión y la construcción de la cultura patriarcal.

Este declarado ejercicio de imaginación femenina es tal solo en la medida en que su historia no tiene relación directa con un hecho conocido. Su veracidad, sin embargo, es dolorosa porque aborda de manera inequívoca la realidad de todas las mujeres; hayan sido, o no, víctimas de violencia sexual.

Para las de esta comunidad, la violencia sexual ha supuesto un antes y un después en sus vidas, más allá del daño causado. Conocer lo sucedido y hablar de ello les ha permitido darse cuenta de que las implicaciones de la decisión que deben tomar trascienden el espacio físico en que se encuentren. Tienen que ver con elegir entre el peligro o la seguridad, el miedo o la tranquilidad, la esclavitud o la libertad.

En estas circunstancias es difícil determinar cuál de las opciones requiere más coraje, si marcharse o luchar. Finalmente, las mujeres deciden huir, pues entienden que solo así podrán vivir en paz, ser fieles a sí mismas y, tal vez, comenzar a sanar la profunda herida de la atroz violencia que las atraviesa.

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