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Las conductas aberrantes tienden a despertar especial fascinación cuando son mujeres quienes las llevan a cabo. Pese a su histórica relación con una genealogía de la maldad que las emparenta directamente con Eva y su protagonismo en la expulsión del paraíso, las auténticas perversiones acostumbran a conmover menos si el culpable es un varón. Quizá esta circunstancia tenga que ver con que son ellos quienes cometen la mayoría de las atrocidades y, por tanto, la sociedad está más acostumbrada a lidiar con la posibilidad de que sea un hombre quien haga el mal.

De las mujeres, por el contrario, se espera que honren su natural tendencia hacia el altruismo y la caridad, negándoles, en contrapartida, el ejercicio de la agencia que exige cualquier acto de crueldad. Por supuesto, esto no es lo que sucede en el largometraje con el que la documentalista francesa Alice Diop ha hecho su debut en la ficción. Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly es una arriesgada apuesta sobre la presencia de lo monstruoso en la maternidad. Una sosegada pieza audiovisual desde la que la directora invita a las espectadoras a comprender lo incomprensible y adentrarse en un relato tan universal como extraordinario.

Un juicio colectivo

Laurence Coly (Guslagie Malanda) es una joven de origen senegalés que se encuentra desarrollando sus estudios de doctorado en Francia. Se trata de una mujer de carácter afable, gran inteligencia y una esmerada educación. Sin embargo, ha cometido el acto más imperdonable de todos: asesinar a su hija. 

El suceso ha estremecido a todo el país y ha intrigado especialmente a Rama (Kayije Kagame), una académica francesa, hija de inmigrantes. Motivada por una relación conflictiva con su madre y sus raíces comunes con Coly, se acercará a su historia con la pretensión de escribir una novela sobre la enigmática mujer que abandonó a su pequeña de 15 meses a la orilla del mar. Un viaje sin retorno que la enfrentará a sus propios fantasmas.

La película de Diop requiere nuestra asistencia al proceso penal de esta moderna Medea. Pero, como sucede en la obra de Eurípides, en Saint Omer no se juzga la culpabilidad material del hecho, que nunca se pone en cuestión, sino hasta qué punto la responsabilidad por el mismo es individual en lugar de colectiva. La directora, no obstante, más que arrojar certezas, propone interrogantes. ¿Quién es Laurence Coly? ¿Qué la motivó a cometer un acto de estas características?

Laurence Coly, la Medea de Saint Omer

El propio argumento reconoce sus paralelismos con la mítica historia griega. Mediante un relato creíble y bien construido, presenta a una protagonista traicionada e invisibilizada por su entorno. Al igual que el arquetipo de Medea, Laurence Coly encarna la otredad dentro de la sociedad francesa, por su condición de mujer y extranjera. Pero la correspondencia no acaba ahí. Diop refuerza el parentesco del personaje con su predecesora en la historia helena a través de la insinuación de la posible mediación de la brujería en el crimen cometido.

Rama, acurrucada junto a su pareja en Saint Omer

Sin embargo, el largometraje parece decantarse por una interpretación particular del mito. La propuesta de Saint Omer no tiene tanto que ver con la racionalidad del crimen, en oposición a la cualidad tradicionalmente pasional que Medea transgrede por medio del infanticidio, sino más bien con la lectura del acto como una restauración de su identidad como sujeto. En este sentido, sigue la línea planteada por la investigadora Paulina Pavez, que sostiene que la violencia que se autoinflinge la heroína -en este caso, el asesinato de su hija- es una proyección de la violencia cultural patriarcal que impide a las mujeres desarrollarse al margen de los demás. “Al cortar con el vínculo materno”, nos dice Pavez, “transita del apego a la autonomía, de la pasividad a la acción, de la docilidad a la agresión”.

En el mito clásico, podemos entender que las identidades de madre y mujer son mutuamente excluyentes en tanto que la primera sobrescribe la segunda. En la película, la acusada busca recuperar la conexión con el mundo que la sociedad le ha arrebatado, la identidad que le ha sido negada sistemáticamente; busca vencer su soledad, superar su aislamiento. Pero en lugar de abandonar a su suerte a una parte de sí -su hija- en una realidad que le ha sido hostil, Coly decide liberarla y así salvarse a sí misma. Como afirma la propia Alice Diop en una entrevista: “entendí que ella había ofrecido a su hija al mar como un sacrificio para resguardarla”. También Medea asesinó a sus hijos para evitar entregárselos al patriarcado.

La maternidad más allá de Medea

Durante la vista, asistimos a una contextualización del caso que no solo pasa por comprender el desprecio social y doméstico que sufre Coly o el constante cuestionamiento de sus modales y méritos académicos -un detalle que Diop navega magníficamente a través de la intervención de una testigo-. También pasa por disputar la institución de la maternidad tal y como se concibe socialmente.

Cada vez más mujeres cineastas se están apropiando del discurso de la maternidad desde puntos de vista que buscan humanizar un hecho que, en la ficción, y también en la sociedad, suele exigir la anulación de la propia identidad. Saint Omer se incorpora a estas narrativas poco complacientes con el ideal cultural de la maternidad. Una serie de historias que nacen de la necesidad de desmitificar las relaciones maternofiliales y buscan una aproximación más amable a una realidad frecuentemente idealizada en la imaginación cinematográfica. Estas propuestas demuestran que el amor de madres a hijas, así como de hijas a madres, es compatible con otro tipo de afectos.

La película de Alice Diop es una apuesta por la comprensión de las complejidades de la maternidad y cómo esta se conecta con las formas que tienen las mujeres de estar en el mundo. La directora nos propone empatizar, busca conmover y lo consigue. Su trabajo es un esfuerzo por ampliar los espacios habitables para madres e hijas, una invitación al mimo, a la mirada sin juicio, a la escucha y al perdón. Pero, sobre todo, es una propuesta alternativa a la culpa, una búsqueda de genealogía, un testimonio liberador para todas las mujeres.

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