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Cada vez es más habitual en nuestra sociedad encontrar parejas entre las que media una gran diferencia de edad. O, lo que es lo mismo, señores mayores que se aprovechan de su posición aventajada para acostarse con chicas mucho más jóvenes que ellos. Esta elevada brecha de edad posee una raíz cultural en la que el cine tiene un papel protagonista. Las películas del Hollywood son el paradigma de las relaciones sentimentales desiguales, lo que ha contribuido a su normalización a lo largo de los años. Aunque, por supuesto, hay muchos más factores involucrados.

Patriarcado y brecha de edad sentimental

Como era de esperar, el machismo imperante en la sociedad está también detrás de las dinámicas de poder desiguales que se desarrollan en las relaciones sentimentales. La socialización diferencial entre niñas y niños es el punto de partida de las distintas situaciones desde las que estos afrontarán sus vínculos en el futuro.

Nuestras jóvenes habrán aprendido a agradar, a priorizar los sentimientos ajenos y a construir su autoestima sobre la valoración de los demás -concretamente la de los varones-. Mientras a nuestros jóvenes se les habrá enseñado a tomar la iniciativa, a ejercer su libertad de acción y a tratar a las mujeres como seres a su disposición. Una diferencia de valores educativos que engendra dos posiciones jerarquizadas en la vida y en las relaciones de pareja que van más allá de la presunción de heterosexualidad.

Esta educación divergente se complementa con un relato que la refuerza culturalmente. Cuando los medios audiovisuales bombardean a la audiencia con imágenes de chicas hipersexualizadas, el mensaje que reciben las niñas y los niños no es el mismo. Tampoco cuando dejan de ver mujeres en pantalla a partir de cierta edad. Toda violencia simbólica afecta a las relaciones entre los sexos.

Los protagonistas de Lost in Translation

Mientras los hombres maduros son ampliamente celebrados por su experiencia, la feminidad aspiracional es cada vez más joven, frágil e ingenua. Algo que condiciona la brecha de edad en las relaciones. Los varones mayores se han convertido en apetecibles seductores veteranos que, lejos de interesarse por mujeres de igual madurez y pericia, se sienten legitimados para perseguir públicamente a chicas jóvenes y pretenderse ofendidos cuando se les afea semejante insolencia.

El capitalismo se une a la fiesta

Patriarcado y capitalismo van siempre de la mano, lo que da al mercado vela en el entierro de la brecha de edad en los vínculos sentimentales. La sombra del neoliberalismo se proyecta también sobre la afectividad, haciendo que las relaciones se vean a menudo como meras transacciones comerciales. Esto legitima el intercambio de capital sexual o erótico por capital económico o de posición. Algo que, por extensión, normaliza la formación de parejas con gran diferencia de edad. Si esto lo unimos a la educación patriarcal, el resultado es un grupo de hombres seniles saliendo con muchachas púberes. Ellos ostentan una posición de poder que les garantiza el consumo de la belleza y juventud de ellas.

Pero esta orgía de misoginia no consiste solo en lavarle el cerebro a nuestras jóvenes para que dejen de sentir repulsión cuando un hombre que podría ser su padre pretende meterse en su cama. También pasa por hacerles creer que compartir sus mejores años con un señor que les dobla la edad es una decisión libre y empoderante. Por lo visto, a nadie le llama la atención un cincuentón alcoholizado metiéndole mano a una niña que apenas estrena la mayoría de edad. 

Ahora, de hecho, se publicitan en redes sociales para adolescentes oportunidades de negocio que consisten en mantener un noviazgo con un hombre mayor a cambio de una paga mensual. Los conocidos como sugar daddies, que en nada se diferencian de los puteros, buscan chicas cada vez más jóvenes y son la peor consecuencia de la normalización de la brecha de edad en las relaciones. De nuevo, patriarcado y capital nos han metido un gol por la escuadra.

Gran brecha de edad entre la pareja de Otoño en Nueva York

La vejez femenina en peligro de extinción

Dado el vasto historial de grandes brechas de edad entre las parejas más famosas de la pantalla, que las mujeres sean mucho más jóvenes que los hombres con los que salen no nos llama la atención. Por supuesto, cuando se da el caso contrario faltan segundos para que algún ofendido ponga el grito en el cielo. En las relaciones heterosexuales, si un hombre mayor sale con una chica de poca edad es porque su éxito se lo permite. Si una mujer madura -¿existe alguna madura en el cine?- hace lo propio con un muchacho, se trata de una monstruosidad imperdonable. La juventud femenina se asume en todos los ámbitos, se da por hecho. Gracias al séptimo arte, los varones pueden envejecer y ser polifacéticos, las mujeres, sin embargo, deben permanecer siempre bellas y jóvenes, incluso cuando sus parejas ya no lo son.

Esto es algo que no sucede de manera casual o inocente, como alguien extremadamente ingenuo podría pensar. Se trata de una decisión deliberada por parte de una industria dominada por hombres en caída libre hacia la senectud. La actriz y directora Maggie Gyllenhaal fue una de las primeras en denunciar esta situación, cuando con 37 años fue rechazada por “vieja” para interpretar a la pareja de un hombre de 55. Hace poco, la también actriz Kelly McGillis comentó sarcásticamente el asunto tras no ser siquiera considerada para la secuela de Top Gun. “Mi aspecto es el que me corresponde por mi edad, y el panorama [de Hollywood] no va de eso”, declaró.

El discurso que el cine está forzando en su público se aleja de la realidad y es profundamente tóxico. Invisibiliza a las mujeres maduras y su proceso de envejecimiento y nos estereotipa a todas en general, privándonos de diversidad y negándonos una existencia más allá de nuestro atractivo físico -asociado directamente con la juventud-. Pero, además, este peligroso sustrato cultural adormece nuestra capacidad crítica y nos acostumbra sutilmente a imágenes que, de no haber naturalizado, nos harían sospechar. Lejos de la tendencia actual, el cine debe dar espacio y reconocimiento a historias que traten a las mujeres con humanidad, representen con fidelidad y respeto sus procesos de vida y les permitan existir de forma compleja, diversa y libre.

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