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Mucho se ha hablado ya en medios y redes sociales acerca de la genialidad de Fleabag. No vengo a cuestionar hasta qué punto el engrandecimiento de la figura de su autora y protagonista, Phoebe Waller-Bridge, se corresponde con la realidad. Ni, por supuesto, a hacer cambiar de opinión a aquellas personas que, bien por exigencias identitarias, bien por insuficiencia de carácter, hayan renunciado a su capacidad para disfrutar de la serie. Mi pretensión en estas líneas sí será, no obstante, repasar los puntos de encuentro que Fleabag ofrece a sus espectadoras en aras de encontrar una complicidad imprescindible para el desarrollo de un relato tan íntimo como universal.

La protagonista de Fleabag es una atormentada treintañera que recurre al sexo casual para llenar sus vacíos existenciales y que, a lo largo de dos temporadas, intentará encontrar su lugar en un mundo lleno de hostilidad hacia las mujeres que no encajan en los moldes preestablecidos. Con un marco tragicómico, la serie nos conduce por un retrato fascinante y preciso sobre el duelo y las dificultades afectivas del ser humano. Aunque también habla de machismo, de amor, de religión y de relaciones familiares. Un magnífico relato sobre lo que nos hace humanos y lo que nos mantiene a flote a pesar de los reveses de la vida.

Deconstrucción de una protagonista

Fleabag es una rebelde, una joven audaz e inteligente, llena de vitalidad y con un don especial para la simpatía y el humor. Pero también una mujer llena de dudas, de miedos y frustraciones, que busca consuelo para su dolor entre un padre lejano y una severa hermana con la que no termina de encajar. El recuerdo de su -única- amiga Boo la acompaña tanto como la atormenta y el dolor por la pérdida de uno de los pilares más importantes de su vida se confunde a ratos con la culpa.

Con un pequeño café a punto de la quiebra y una relación muy poco sana con el sexo, el comportamiento autodestructivo de la protagonista durante la primera temporada es un grito de auxilio que no obtiene respuesta. Fleabag sufre, y mucho, pero entierra sus sentimientos mientras se refugia en la falsa sensación de control que obtiene a través de relaciones sin compromiso y pequeños comportamientos irreverentes. La búsqueda constante de validación masculina por medio de su atractivo sexual no satisface su falta de amor propio ni sus carencias afectivas. Tampoco lo hacen sus escasos vínculos familiares.

Su caída a los infiernos para el final de la primera entrega empuja a Fleabag a un cambio radical de actitud de cara a la segunda temporada, que retoma su historia un año después, en la cena de compromiso de su padre. La protagonista ha dejado atrás su instinto destructivo y ha transitado hacia un trato más amable y menos exigente consigo misma. Gracias a la generosidad de un desconocido, el café consiguió salvarse y ahora cuenta con clientes fieles que lo visitan cada tarde. En esta ocasión, vemos a un personaje más sosegado y menos necesitado, que poco a poco va tomando las riendas de su vida y aprendiendo a gestionar el dolor de una manera menos dañina.

El poder de los personajes femeninos en Fleabag

Pese a que el guion se centra, casi exclusivamente, en su personaje principal, Fleabag no sería nada sin las extraordinarias mujeres que la rodean. Todas, además, -al igual que ella misma- magníficas intérpretes.

La primera y más importante de estas compañeras de andanzas es Claire, su inflexible hermana mayor  interpretada por una brillante Sian Clifford. Se trata de una mujer estricta, laboralmente exitosa, cuidadosamente refinada y emocionalmente inaccesible, casada con un hombre grosero e inapropiado que tiene un hijo trastornado y un problema con el alcohol. La imposibilidad del fracaso, un término que no entra en su vocabulario, le impedirá darse cuenta de que odia a su marido y la conducirá a una espiral de intentos fallidos para salvar una relación hace tiempo irrecuperable.

Claire ha interiorizado a la perfección los estereotipos femeninos y se esfuerza con ahínco por hacer exactamente lo que la sociedad espera de ella. Se aferra irracionalmente a una falsa abnegación y a una precaria estabilidad que le niega la búsqueda de una felicidad que no está segura de merecer. Solo con el apoyo de su hermana será capaz de escucharse a sí misma, de atreverse a romper los asfixiantes moldes de la feminidad y de caminar hacia esa aterradora independencia que tanto anhelaba en secreto.

Claire y Fleabag

En el otro extremo del espectro hace su aparición Olivia Colman, en el papel de madrina y madrastra. Una antigua amiga de la familia que inicia una relación con el padre de Claire y Fleabag tras el fallecimiento de su madre a consecuencia de un cáncer de mama. Este personaje es, de algún modo, la némesis de nuestra protagonista, en tanto que puede entenderse como usurpadora de la figura materna. Caprichosa, histriónica, autoritaria, déspota y ególatra, es también una artista de gran talento y la mujer a la que su padre ha confiado la comodidad de sus años venideros en ausencia de su esposa.

Su relación con Fleabag será tormentosa de principio a fin, aunque alcanzará uno de sus momentos de mayor tensión al final de la primera temporada. La constante batalla entre las dos, regada de múltiples desplantes perpetrados por ambas partes, llega a su punto álgido durante la sexhibition, una exposición de piezas artísticas relacionadas con la trayectoria sexual del personaje interpretado por Colman. 

Preocupada por el futuro de su hermana y decepcionada por el tozudo inmovilismo de esta en contra de sus grandes esfuerzos, Fleabag estalla ante el humillante numerito preparado por su madrastra. La intervención de su padre en favor de esta última terminará de desmoralizar a la protagonista. Para la segunda temporada, esa lucha armada se transforma en una guerra fría, ambas son capaces de transitar hacia una relación más distante y mantenerse al margen de las provocaciones.

Otros dos personajes femeninos de esta ficción merecen, para mí, una mención especial. Se trata de Kristin Scott Thomas, en el papel de Belinda Friers, y Fiona Shaw, que cuenta con una breve aparición como terapeuta de la protagonista. Scott Thomas protagoniza, en uno de los mejores capítulos de la serie, el ya mítico discurso sobre la condición irrenunciable de corporalidad a la que estamos sometidas las mujeres y nos enamora con la sinceridad de sus palabras, su pronta sonrisa y su deslumbrante belleza. Shaw es parte de la que probablemente sea una de las escenas más divertidas de este impecable guion, acompañando a Fleabag a lo largo de una serie de sinceras autoconfesiones en el marco de una hilarante sesión psicológica.

Personajes secundarios, masculinos y fantásticos

Muy al contrario de las ficciones a las que estamos acostumbradas, en Fleabag, los personajes masculinos constituyen “la otredad”. La mayoría de ellos representan estereotipos que refuerzan el mensaje que quiere dar la serie y su arco narrativo se construye en función de las necesidades de la protagonista. Aunque con honrosas excepciones, se trata de sujetos planos que no tienen demasiado recorrido en el relato, pero que sirven para complementar la complejidad de sus actrices.

Los compañeros sexuales esporádicos de Fleabag se encuentran en el espectro de los hombres egocéntricos, inaccesibles afectivamente y que reniegan del compromiso. Por el contrario, Harry, antigua pareja sentimental de la protagonista, es un tipo delicado y sensible que termina por huir de la relación por sentirse despreciado y manipulado. La aparición de Andrew Scott, que interpreta el legendario papel del hot priest en la segunda temporada, sacudirá los cimientos afectivos de la protagonista y constituirá un cambio de paradigma para los personajes masculinos de la serie.

El que tal vez sea el personaje más sensato, salvando su excentricidad, se presenta como un compañero de desventuras para la protagonista. Una persona que la busca, que la comprende y que, poco a poco, a través de un amor que va creciendo, la ayuda a liberarse del peso del dolor y la soledad. Aunque su historia no termine como nos hubiera gustado, lo cual la hace mucho más realista, somos conscientes de los efectos positivos de esa amistad libre de prejuicios, basada en la admiración y el respeto mutuos.

Phoebe Waller-Bridge maneja a la perfección los códigos de reconocimiento de la perversa socialización femenina

Los lazos familiares completan esta fotografía de los personajes masculinos con un padre distante y un cuñado abyecto. Bill Paterson interpreta al padre al uso de la protagonista, un hombre que, en ausencia de su esposa, se da cuenta de que no entiende a sus hijas. Poco acostumbrado al trato con ellas, se siente intimidado por su presencia y ajeno a sus actos, tan remotos a su propia realidad. Aún así, las cuida y las quiere, a su manera, tanto como se lo permite su escasa educación afectiva.

Brett Gelman es quien se pone en la piel de Martin, el ya mencionado marido de Claire. Para Fleabag, se trata de un personaje completamente despreciable e indigno de su hermana, algo que confiesa abiertamente a lo largo de la serie. Martin no esconde sus defectos; es soez, inoportuno, estridente y abiertamente obsceno. Sin embargo, el relato le concede un momento de compasión en el capítulo final, cuando lo muestra consciente de sus faltas y capaz de encontrar alguna virtud en su depravada personalidad para intentar salvar su matrimonio.

El feminismo de Fleabag

Siempre se habla de Fleabag como una serie feminista, no obstante, su gran virtud en este sentido consiste más en incorporar guiños -con mayor o menor sutileza- a situaciones machistas con las que todas las mujeres podemos identificarnos que en construir su argumento en torno a grandes reivindicaciones. Con enormes dosis de ironía y la garantía de nuestra complicidad, Phoebe Waller-Bridge maneja a la perfección los códigos de reconocimiento de la perversa socialización femenina.

La adicción al sexo de la protagonista que constituye la base de la primera temporada sirve, en su tratamiento, como trampolín para lanzar algunas reivindicaciones feministas reconocibles. El guion realiza varias alusiones a cómo la pornografía conforma un imaginario sexual diferenciado para hombres y mujeres, que a estas últimas les exige situar la estética por encima del placer. “Stay sexy, always stay sexy”, declara la protagonista durante uno de sus escarceos amorosos. En esta misma línea, el argumento insiste en la necesidad femenina de validación por parte de los hombres. Durante una escena en el café, la propia Fleabag confiesa entre lágrimas la infelicidad que le supone estar obligada, por su socialización como mujer, a medirse en términos masculinos. Algo de lo que es plenamente consciente y de lo que, al menos durante esta primera temporada, no puede escapar.

En esa escena se aborda también la imposibilidad del envejecimiento femenino, asociada a la reivindicación del cuerpo como único valor social de las mujeres. La protagonista lamenta la desazón que siente al ser consciente de que se aproxima sin remedio a la irrelevancia asociada al paso del tiempo. Entrelazando de ese modo discursos feministas que se complementan entre sí. Esta idea de las mujeres como seres para los demás, legitimadas exclusivamente por la mirada masculina y despojadas de cualquier aptitud no estética, se refuerza mediante otras escenas de la serie. Por ejemplo, en el incidente de Claire en la peluquería (“hair is everything”) o a través del discurso de Kristin Scott Thomas sobre la menopausia.

Otros temas feministas que se proponen a lo largo de la serie son la subalternidad profesional de las mujeres, la invisibilización de la menopausia, el desinterés de las empresas por la igualdad -con la magnífica parodia de los cursos de masculinidad- y la importancia de la sororidad. Esta última se filtra en pequeñas dosis durante todo el relato, pero marca especialmente la colosal evolución de la relación entre las hermanas. Aunque con idas y venidas significativas, ambas comienzan con una relación de cariño distante, que poco a poco van sustituyendo por una mayor afinidad y una creciente admiración. Ambas están constantemente preocupadas por la otra y muestran gran dificultad para comprender mutuamente sus decisiones debido a la diferencia de caracteres. Aún así, se ayudan y protegen como mejor saben. Desde el primer capítulo, es evidente que se conocen a la perfección, pero no será hasta el final de la serie cuando se permitan disfrutar abiertamente de su complicidad y el cuidado que se dan la una a la otra.

Esta relación entre las hermanas será la más importante y significativa de la serie. La que hará que Claire se sienta con el apoyo suficiente como para renunciar a aquello en lo que siempre creyó y que Fleabag se encuentre a sí misma. Gracias a todas sus vivencias, al final de la serie, la protagonista es ya una persona preparada para asumir la pérdida, una mujer reconciliada con su pasado y ansiosa por vivir un futuro en el que existe la posibilidad de abrirse a los demás sin tenerle miedo a salir perjudicada.

Una serie tan completa y minuciosa requiere de un extraordinario entendimiento de la psique humana. Fleabag te conduce magistralmente por los espacios más recónditos de la emocionalidad y te enfrenta a los más oscuros defectos de la sociedad con la misma facilidad con la que te arranca una carcajada. No conozco los parámetros que la convertirían en la mejor serie de la historia, estoy segura de que no los cumpliría. Pero sí sé que esta comedia rebelde plagada de ironía dispara directamente al corazón de quien la ve y que Phoebe Waller-Bridge es una genia.

One Comment

  • Sandra dice:

    Un estupendo resumen y un muy acertado análisis sobre la que, tal como se apunta, también consideraría la mejor serie de la historia. ¡Excelente trabajo!

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