Sick of Myself, escrita y dirigida por el noruego Kristoffer Borgli, es una película extraña. Su historia propone una crítica certera a los vicios de la sociedad actual que navega, como la vida misma, entre el humor y el terror. Signe (Kristine Kujath Thorp) es una joven ansiosa por saciar su deseo de atención en una vida mundana. Tras presenciar un accidente en la cafetería en la que trabaja, descubre que la compasión puede serle útil para conseguir su objetivo y comienza a tomar pastillas para provocarse una insólita enfermedad en la piel.
Para Signe, consciente de la realidad en la que vive, aunque con una relación extremadamente tóxica consigo misma y con los demás, la atención es un bien de consumo más y está dispuesta a pagar un alto precio por ella. Sick of Myself es un viaje hacia los infiernos de un personaje completamente entregado a las nocivas exigencias de la sociedad de la atención, con una ambición desmedida y un nulo sentido de la responsabilidad.
Las dinámicas de género en Sick of Myself
La protagonista comparte su obsesión por el éxito con su pareja, Thomas (Eirik Sæther), un delincuente con ínfulas de artista que en ocasiones se convierte en su mayor rival. Sin embargo, ambos persiguen la gloria desde lugares muy distintos. En el caso de Thomas, su triunfo pasa por verse reconocido como genio creador. Para ello, se identifica con lo que él entiende como tal a través de una cierta excentricidad que manifiesta en una conducta cleptómana. En su desesperación por trascender creativamente, suple su falta de talento con esta pseudotransgresión con la esperanza de que el hábito le haga monje.

Signe, por su parte, recurre a la propia imagen y usa su cuerpo como herramienta. Con la expectativa de despertar compasión -y, con ella, atención-, se somete a una medicalización extrema e innecesaria que le otorga una falsa sensación de control sobre su salud y su aspecto. En su imaginación, corrompida por las redes sociales y los reality shows, fantasea constantemente con la admiración ajena, pero su identidad termina siendo siempre la de la víctima. Todo vale en esta competición a muerte que Sick of Myself pone sobre la mesa. Mentir, sacar provecho, abusar, manipular… Pero el género no es ajeno a esta guerra por el éxito.
Una sociedad dominada por el consumismo
No obstante, la imparable travesía hacia la decadencia de los personajes de Sick of Myself es solo una de las muchas formas que toma la crítica a la sociedad de consumo a lo largo de la película. Esta estampa de la egolatría moderna aborda con tanta maestría la vacuidad del éxito y la obsesión individual por la celebridad como la supremacía comercial capitalista.
En algún punto de su enfermedad, Signe acude, a petición de su madre, a un centro terapéutico orientado a suplir las supuestas carencias reconstituyentes de la medicina hospitalaria. Allí se da de bruces con un entorno que juzga la irrelevancia de sus síntomas, que no coinciden con su concepto de “gravedad”, y con un autoproclamado gurú espiritual cuyas indicaciones contradicen las recomendaciones médicas. Se trata de un interesante guiño al mundo de las pseudociencias y al espacio que ocupa el aprovechamiento comercial de la vulnerabilidad en las sociedades actuales.
Sin embargo, poco a poco, la novedad de su historia se va quedando atrás y el morbo da paso a la indiferencia. En este punto, Signe se ve obligada a buscar una posición más permanente en su camino a la fama y decide hacerse modelo. Contacta para ello con una peculiar agencia de representación especializada en una mal concebida diversidad. Por un momento, parece que la protagonista ha encontrado su sitio en el apartamento clásico desde el que su dueña se vanagloria de estar cambiando el mundo de la belleza. Hasta que la realidad da al traste con sus renovadas fantasías.

El único final posible
La enfermedad de Signe empeora drásticamente y ella deja de ser una bella y extravagante joven. La deformidad de su rostro, la calvicie y los vómitos de sangre la convierten en una monstruosidad y entorpecen su camino al estrellato. En el set de su primer trabajo es recibida con miradas de aversión. Mientras la visten y maquillan, la tensión va en aumento, hasta que el equipo no puede esconder más el asco que le genera el aspecto de Signe. Por supuesto, la moderna e inclusiva marca de ropa prefiere a su compañera, cuya deformidad se limita a una pequeña parte del cuerpo. La prometedora agencia resulta ser solo otra forma más de sacar provecho a una falsa diversidad que no cuestiona las exigencias patriarcales en torno a la feminidad.
Este es tal vez el momento álgido de la crítica desarrollada en Sick of Myself. A partir de entonces, todo se pone en su sitio. Thomas acaba en la cárcel. Signe, completamente integrada entre los sufrientes de su terapia grupal.
Extraña, irónica y a veces desagradable, esta singular película es un oportuno repaso por las estridencias y podredumbres de la sociedad actual. Su director nos conduce a través de la individualidad, el egoísmo, las expectativas inalcanzables, la ausencia de empatía, la envidia, la manipulación y la ausencia de ética. Un duro camino para reconocernos y avergonzarnos con el que busca hacernos reflexionar. O tal vez solo burlarse de nosotros.