La cinematografía no funciona al margen de la sociedad. Las películas construyen realidad tanto como beben de ella. A través de lo que deciden representar y cómo eligen hacerlo, tienen el poder de inspirar a la audiencia, orientar su percepción y configurar su visión del mundo. Por lo tanto, crear conlleva una gran responsabilidad y relatar una cuestión como la pedofilia en el cine no es algo sencillo. Aún así, existen multitud de ejemplos en los que el tema se ha tratado de forma inadecuada, banal o incluso perniciosa.
El camino a la idealización de la pedofilia en el cine de Hollywood
Los descarados sesgos machistas de la cuna del cine se nos hacen cada vez más evidentes. El feminismo ha hecho su parte para desenmascarar la violencia simbólica en medios audiovisuales y reducir el número de espectadoras que toleramos sus insolencias. Pero las altas esferas del séptimo arte están abarrotadas de gerifaltes caducos reacios a ventilar una industria que atufa a puro y coñac.
Incluso aquellos que se dicen más progresistas siguen prefiriendo historias de machos heróicos rodeados por bellas muchachitas ligeras de ropa bailando al compás de su ego. Y cuanto más jóvenes, mejor. El cine sigue dominado por la mirada masculina. Esa que engrandece a varones poliédricos y les otorga libertad de acción mientras a las mujeres nos reserva la tierna asistencia, la ingenua fragilidad, la perenne infantilización.
De hecho, la constante exigencia de juventud femenina es un arma a través de la cual se invisibiliza la existencia de las mujeres a partir de cierta edad y se reduce el período infantil de las niñas, que rápidamente, bajo exigencias de guion, se convierten en potenciales compañeras sentimentales de actores de cualquier edad. Para muestra, un botón. Entre los protagonistas del celebrado clásico navideño Love Actually Keira Knightley y Thomas Brodie-Sangster, quien interpreta al hijo de Liam Neeson, solo hay una diferencia de 5 años.
Esa narrativa que impone a las niñas una sexualización temprana y una falsa madurez que fuerza socialmente una idea de feminidad diseñada por los hombres, contribuye también a normalizar discursos que romantizan la pedofilia en el cine sin generar alarma social. Muchas de las películas cuyo tema principal son los abusos a menores cuentan su historia desde una perspectiva que simpatiza con el agresor y atribuyen a la víctima una agencia que no le corresponde. Aunque no siempre es así. Veamos dos propuestas cinematográficas con tratamientos antagónicos de las relaciones con menores que sirven para ilustrar la importancia del lugar desde el que se cuentan las historias.

Una, “ego te absolvo”
El primer largometraje del autraliano Benedict Andrews, titulado Una, se basa en la obra teatral Blackbird, escrita por el escocés David Harrower e inspirada, según su autor, por un crimen sexual que un marine cometió contra una niña de 12 años. La película, como la obra, narra el reencuentro de la protagonista, Una (Rooney Mara), con un antiguo amigo de su padre, Ray (Ben Mendelsohn), 15 años después de que este que la engañara para mantener relaciones sexuales cuando ella tenía tan solo 13 años. A priori, no parece discutible que se trata de una dinámica perversa en la que una menor es víctima de las artimañas de un degenerado de mediana edad. Pero la narración se esfuerza por demostrar que no es así.
En un primer momento, el guion aparenta contraponer dos visiones opuestas de lo sucedido, aunque muy pronto se posiciona claramente a favor del agresor. La protagonista, no obstante, plantea varias cuestiones interesantes. Al mirar atrás, se pregunta qué podía ofrecerle una niña de 13 años a un hombre en el vértice de su madurez y recuerda el dolor físico que sintió durante la agresión y cómo este se contraponía a la satisfacción psicológica de haber cumplido las expectativas de quien era un referente para ella. Sin embargo, el interesante razonamiento de Una queda desacreditado cuando la película la presenta como una loca despechada obsesionada con su agresor. Ninguna de sus reflexiones puede ser válida porque no está en su sano juicio.
Ante sus tímidos -aunque contundentes- reproches, él tan solo arguye el clásico “eras muy madura para tu edad”, argumento exculpatorio culturalmente válido con el que se zanja cualquier posible discusión. La voz masculina ostenta la autoridad narrativa y es predominante a lo largo del relato. Lo que hace que se empatice con él y se expongan los hechos desde su punto de vista, pasando por presentar la supuesta relación como una vinculación entre iguales.

Otro punto de interés rescatable podría ser la forma en que se muestra la relación de Una con los hombres, en la que se hace evidente que ha sido víctima de abusos. Pero la película decide no profundizar en este significativo hecho y, en su lugar, se centra en las penurias de Ray. La narración nos presenta a un hombre bueno y sensible que cometió el error de “enamorarse” de la hija de un amigo y que, por ello, debe vivir atormentado el resto de sus días. Un hombre que es, además, un héroe, pues rechaza las insinuaciones de Una durante su reencuentro y consigue vencer sus naturales impulsos.
Este ejercicio de profunda humanización de un agresor pedófilo finaliza con un último gesto de ternura irresistible. Ray le confiesa a Una que ella ha sido la única, la auténtica, su verdadero amor. A la postre, la excepcionalidad funciona como cierre expiatorio definitivo -ego te absolvo-, dando carpetazo a cualquier posibilidad de análisis de los factores socioculturales involucrados en este tipo de comportamientos.
The Tale, la manera correcta de abordar la pedofilia en el cine

Escrita y dirigida por la cineasta estadounidense Jennifer Fox, The Tale se basa en su propia historia personal y en cómo descubrió que había sido víctima de abusos con tan solo 13 años. Interpretada por la maravillosa Laura Dern, Jennifer es una documentalista de mediana edad que repentinamente se ve obligada a enfrentarse con un trauma de su pasado. A través de su madre, descubre una redacción escolar en la que su yo de 13 años narra cómo su entrenador, con la complicidad de su monitora de equitación, abusó de ella durante un verano.
La película, que recomiendo y que se puede ver en HBO Max, refleja magistralmente no solo el contexto que rodea las agresiones pedófilas, sino también los mecanismos de captación de los agresores y las secuelas psicológicas y físicas que ese tipo de abusos dejan en sus víctimas.
Jennifer no recuerda muy bien los hechos. A decir verdad, se ha autoengañado durante todos estos años y está convencida de que siendo adolescente mantuvo una relación con un hombre mayor. Sin embargo, su trabajo de clase reabrirá las puertas de su memoria y con tiempo y paciencia se irá dando cuenta de que las cosas no sucedieron como ella siempre creyó.
El primer golpe maestro de la película llega con los primeros flashbacks. La protagonista comienza a rememorar la historia con la imagen que tiene de sí misma a esa edad. Pero, unos días después, encuentra fotos de aquel verano y descubre que, en realidad, su aspecto era mucho más infantil. El guion toma entonces la inteligente decisión de volver a reproducir ese pasado con la imagen real de la protagonista a los 13 años. A través de este efecto narrativo, la directora genera una enorme impresión y enfrenta al público a la dureza de la realidad. Por un lado, se trata de una magnífica forma de desmarcarse del lenguaje que usan habitualmente este tipo de narraciones, en las que se emplean actrices más mayores o con un desarrollo más avanzado. Por otro, es una incuestionable denuncia de la manipulación que acompaña al tratamiento de la pedofilia en el cine.

A lo largo del largometraje, Jennifer reflexiona sobre lo que sucedió a su propio ritmo, abriendo las puertas de su pasado e interrogando a su yo infantil para tratar de comprender. El argumento va relatando la historia con delicadeza y respeto. No solo construye a la perfección el contexto de la vulnerabilidad infantil frente a los abusos sin exagerar la madurez de una niña de 13 años. También muestra minuciosamente el proceso psicológico del trauma. Los mecanismos de autoprotección, la culpa, la vergüenza e incluso la confusión y las lagunas respecto al propio comportamiento.
El proceso de captación de la menor también se narra con gran habilidad. Desde la intercesión de una cómplice, la instructora de equitación, en la que la niña deposita toda su confianza y admiración, hasta la manipulación del entrenador, que sabe qué decir en cada momento para ganarse el favor de la pequeña. El perfil y los procedimientos del agresor se trazan punto por punto, señalando incluso, al contrario que en el ejemplo anteriormente analizado, la recurrencia de las conductas pedófilas.
La película no escatima en detalles y muestra las agresiones en toda su crudeza -por supuesto, sin escenas explícitas y usando siempre una doble adulta-. The Tale está muy lejos de ser una versión edulcorada de las correrías de un varón maduro seducido por una joven en plena pubertad. En esta historia no hay caretas ni trampantojos. Solo el rigor de un guion que ofrece -por fin- un tratamiento adecuado de la pedofilia en el cine.
La voz de la víctima es la única que escuchamos en este relato, aunque no se omiten ni sus faltas ni sus dudas. Jennifer maneja la historia en todo momento y la aborda con tanta sensibilidad como contundencia. Finalmente, la protagonista confronta a su agresor durante un acto público. Consigue asumir lo sucedido y reconciliarse consigo misma. Solo desde ahí puede comenzar a sanar sus heridas.