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Una joven prometedora es el debut como directora de la actriz y guionista Emerald Fennell. La fantástica Carey Mulligan protagoniza este implacable retrato sobre la cultura de la violación con una estética tan cuidada como su contundente mensaje.

Los primeros minutos de la película nos enfrentan de lleno con las actividades nocturnas de Cassandra Thomas (Carey Mulligan), una joven que dedica su tiempo de ocio a poner contra las cuerdas a los depredadores sexuales que pretenden agredirla aprovechando su evidente -aunque fingido- estado de embriaguez. Más tarde, descubrimos que Cassie fue una brillante estudiante de medicina que abandonó la carrera para cuidar de su amiga Nina Fisher tras ser esta violada una noche por un compañero de clase ante los vítores de sus amigos.

Han pasado siete años desde el suicidio de Nina, pero la vida de Cassie continúa en pausa. No le importa su trabajo a jornada completa en un modesto café de colores pastel. Tampoco seguir viviendo con sus padres o carecer de vida social -su única amiga es su jefa Gail, interpretada por una encantadora Laverne Cox-. Anclada en la violencia con la que el machismo devastó letalmente a su amiga, solo le importa una cosa: devolverle la dignidad que la sociedad le negó.

Cassie somos todas

Cassandra Thomas se nos presenta como un personaje inteligente, comprometido e ingenioso que, sin embargo, carga con la profunda huella del trauma. La que debería haber sido una joven despreocupada, carismática y feliz se ha convertido en una mujer desengañada, sarcástica y solitaria tras hacerse consciente de la penosa existencia femenina en una sociedad que rezuma misoginia.

A través de la protagonista de Una joven prometedora, Fennell relata las consecuencias que la cultura de la violación tiene para todas, independientemente de que hayamos sufrido hechos más o menos graves y de que queramos o no admitir la realidad. Por mucho que se pretenda, no es posible escapar de una socialización que deshumaniza a las mujeres y convierte a los hombres en potenciales agresores. El miedo de sabernos vulnerables es real y permanente. Nace de la experiencia, tanto propia como ajena, y se propaga a través de las noticias, las instituciones, la cultura audiovisual, la publicidad, el sistema judicial, las costumbres y la prédica social.

No hay salida ante un sistema diseñado para alimentar la hoguera del miedo femenino. Pero el trauma de esta asfixiante existencia es especialmente abrumador para aquellas que, como Cassie, han sufrido la violencia sexual en sus propios cuerpos, a través de sus amigas o para las que conocen el alivio de haber evitado una situación peligrosa. Algo a lo que, por desgracia, pocas son ajenas.

Una joven prometedora

Lo más evidente de ‘Una joven prometedora’

Tanto el machismo como la falta de justicia y reparación han empujado a Cassie hacia el abismo y la han convertido en una persona oscura y escéptica. Se siente profundamente traicionada por la sociedad y ha cortado lazos con el mundo que la rodea. Su desengaño es tan grande que no cree que exista espacio para el amor heterosexual en una cultura que se vanagloria de su desprecio hacia las mujeres -y no le falta razón-.

Como una superviviente de violencia sexual que ha perdido el miedo, la protagonista arriesga su vida cada noche para señalar a los agresores. Primero, se viste y se maquilla según los cánones de la feminidad diseñados por los hombres. Después, finge una borrachera al límite de la inconsciencia. A partir de ahí, los depredadores sexuales se desenmascaran solos. Segundos antes de que cometan la agresión, Cassie les arrebata el control y los confronta con su deleznable comportamiento.

Pero esto es algo que solo puede suceder en la ficción y todas lo sabemos. No solo es impensable que una única mujer pueda desmontar la cultura de la violación con una serie de actuaciones puntuales, por muy didácticas que sean. Además, está el peligro que supone para su integridad física meterse en las casas de sus agresores.

No obstante, gracias al pacto ficcional que se da en Una joven prometedora, la directora consigue mostrar con gran contundencia varias cuestiones fundamentales. Como ya se ha mencionado, la película es una meticulosa radiografía de las hondas consecuencias que la peor cara del patriarcado tiene en las vidas de las mujeres. Cassie relata de qué manera la violación anuló completamente la identidad de su mejor amiga y la convirtió en un despojo temeroso y vulnerable, hasta que decidió ponerle fin a su agonía. Pero la propia protagonista no es ajena a las secuelas de esa violencia. Todo su comportamiento y la manera en la que ha reestructurado su vida para encerrarse en su propósito de hacer justicia en un mundo de mierda son la prueba de que las agresiones sexuales no solo se cobran la vida de sus víctimas directas. El miedo también es violencia y las mujeres somos constantemente violentadas.

Por otro lado, el argumento insiste en el carácter estructural de esa violencia. Como vemos, los agresores no son hombres degenerados víctimas de un trastorno excepcional. Son varones sanos y funcionales, “buenos chicos”, hijos de papá, ejecutivos exitosos, escritores frustrados, maridos cariñosos, hombres de negocios, cirujanos pediátricos… Tipos normales con un extraordinario concepto de sí mismos y una buena reputación entre sus amigos y conocidos que han sido educados en una profunda misoginia. Sujetos que han crecido sin empatía, que han aprendido que su voluntad no tiene límites y que se pueden permitir obviar las consecuencias que sus actos tienen sobre esos objetos complacientes y deshumanizados que para ellos son las mujeres.

El poder de la estética

Pero Emerald Fennell no piensa solo en el mensaje. La directora engrandece su poderoso argumento a través de una cuidada y nada inocente estética. En contra de lo que pueda parecer, la película se expresa artísticamente a muchos niveles distintos.

Cassie, en su catastrófica clarividencia, es perfectamente consciente de la importancia que la imagen -o más bien la belleza- de las mujeres tiene para la sociedad patriarcal y se divierte desvirtuando los conceptos tradicionalmente asociados a ella. En cada una de sus escapadas nocturnas se apropia de la mirada masculina y juega con la idea social de feminidad para captar la atención de agresores de muy diferentes entornos. Uno de ellos llega incluso a decirle que, aunque es muy guapa, lleva demasiado maquillaje, para a continuación darle instrucciones sobre cómo podría hacerse más atractiva para él -aunque, por supuesto, habla en términos universales-.

Pero el propio armario diario de la protagonista es toda una declaración de intenciones. Su aspereza y su oscuridad interior contrastan con su apariencia dulce e infantil, esencialmente femenina. Cassie se desmarca por completo de las expectativas asociadas a su imagen, como también lo hace de las expectativas vinculadas a su inteligencia y posición social. Una mujer prometedora no es un título casual, sino más bien un guiño sarcástico a una joven que ha roto todos los moldes.

La protagonista Una joven prometedora en el café

Texturas suaves, colores pastel y estampados delicados. Fennell y su equipo construyen con maestría un envoltorio perfecto para su sombrío argumento. Sabiendo que un lenguaje estético entendido como femenino se interpreta a menudo como frívolo, la película rompe con ese estereotipo para potenciar su mensaje. Como afirma la directora: “Aunque te guste Britney Spears y lleves manicuras de colores, puedes seguir siendo peligrosa”. En este caso, la imagen tierna y colorida de Cassie esconde el rencor y la hostilidad de una mujer trastornada por el dolor. En un mundo dominado por el machismo, la revolución feminista pasa necesariamente por dinamitar los roles y las exigencias estéticas que la sociedad impone a las mujeres.

Las grietas del amor

Durante algunos minutos, Una joven prometedora llega incluso a convertirse en una comedia romántica. Aunque solo lo hace para que su crítica al concepto patriarcal del amor resulte aún más categórica. Algo que consigue con rotundo éxito cuando se descubre que el chico del que la protagonista cree estar enamorándose fue testigo de la agresión sexual a su amiga Nina.

En este punto, Cassie decide cortar de raíz todos los vínculos que tenía con él y esto le sirve a la directora para distanciarse, una vez más, de las exigencias sociales de la feminidad. No hay nada más feminista que oponerse a tolerar el machismo, aunque este venga de personas con las que median lazos afectivos. Pero en la sociedad se sigue esperando que las mujeres se resignen y acepten la dominación masculina, especialmente en una relación de pareja.

Otras claves de ‘Una joven prometedora’

Poco a poco, lo que había comenzado como activismo contra la impunidad de las agresiones sexuales en el marco del ocio nocturno se transforma en una venganza personal. Su reencuentro con el pasado lleva a la protagonista a “hacer pagar” a quienes fueron cómplices de la violación de Nina.

Es en esta segunda parte de Una joven prometedora cuando el argumento pone en el punto de mira la cara B de la cultura de la violación. Emerald Fennell no se deja un detalle sin abordar en lo que al discurso de la revictimización se refiere. No solo presenta el sistema judicial como un colaborador necesario al servicio del sistema patriarcal y capitalista. Donde los abogados son seres sin escrúpulos que, incentivados por el dinero, acosan a las víctimas hasta privarlas del ejercicio de su derecho a obtener justicia y reparación. También refleja a la perfección los mecanismos de culpabilización y humillación que la sociedad pone en marcha para desacreditar el testimonio de las víctimas. Discursos correctivos que justifican la violencia sobre aquellas mujeres que no se someten a los estereotipos machistas y que están destinados a mantener la impunidad masculina ante los abusos y preservar el orden de las cosas.

La escena de la farmacia de Una joven prometedora

En la mayoría de sus escarmientos, lo único que busca Cassie es forzar la empatía que no fueron capaces de sentir en su momento las personas involucradas en el caso de Nina. Que se pongan en su piel; hacerles sentir su miedo, su angustia, su vergüenza, su abandono, su desesperación. Sin embargo, cuando se topa con la exitosa vida y los felices planes matrimoniales del agresor de su amiga, el enorme riesgo de su cruzada se vuelve real.

La única salida para Cassie es hacer justicia en nombre de Nina. Y la despedida de soltero de su violador se le presenta como la ocasión perfecta. Por supuesto, disfrazarse de stripper para acudir a la casa rural en la que un numeroso grupo de agresores está pasando una noche de desfase no es una buena idea, por muy bien pensados que se tengan los detalles. Pero Cassie está decidida a llevar su plan hasta las últimas consecuencias, aunque eso le cueste la vida.

Con un desenlace más realista que complaciente, Una joven prometedora pone fin a la revancha de su protagonista de la única forma posible. El violador de Nina asesina a Cassie. A gritos y entre sollozos, se justifica y la culpa de los hechos mientras la asfixia con una almohada. Un jaque mate con el que el argumento apuntilla su mensaje: la reputación de un hombre blanco adinerado bien vale la vida de una joven licenciosa.

Después, ayudado por uno de sus amigos, se deshace del cadáver. Un guiño a la camaradería masculina, sólido bastión del patriarcado. Con la certeza de haber enterrado sus problemas y la tranquilidad de saberse protegido por la fratría, afronta el día de su boda con los ánimos renovados. Hasta que Cassie regresa de la tumba para restaurar el equilibrio de las cosas.

Una joven prometedora es un extraordinario ejercicio de estilo y buen hacer narrativo. Entre escenarios ochenteros, modelitos alegres y canciones de Paris Hilton y Britney Spears, Emerald Fennell demuestra que la lucha contra el patriarcado no está reñida con la diversión. Con una propuesta de enorme valor social, la discordancia entre su estética ligera y su contundente mensaje imprime aún más vigor a su compromiso feminista.

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